Mi martes 13.

Entonces la gente colapsa con la bendita leyenda del martes 13, la mala suerte, el “no te cases ni de tu casa te apartes” y más boberias que por lo general convierten en trending topic la fecha.

Si bien es cierto que la gente inventa cosas para hacer un drama, también es cierto que siempre hay dos lados de la historia, aquellos que dicen que les da suerte y aquellos que le tienen pánico.

Lo cierto es que para mi, no fue un día normal y realmente no puedo tildarlo de bueno o malo, solo diré que fue diferente.

Empezando porque estaba más filosófica que nunca y todo lo contrario a lo que en un “día normal” sería. La mañana comenzó con un estrés el cual tenía meses sin experimentar, afortunadamente, tuve esa compañía de estrés con quién hacer un plan B. Al final, como siempre, resultó pasar, lo que pensaba iba a pasar.

Luego de estar toda la mañana y la tarde con hambre y una pequeña migraña auspiciada por la tesis, logramos entregar el último avance que va dirigido al comité académico antes de prácticamente finalizarla (cosa que alegró nuestro día y que marcó el mágico momento en el que nuestra querida tutora nos explicaba que realmente era lo último que entregaríamos y que luego de esto eran pocos los pasos que faltaban para terminar el proceso, tuvimos que sentarnos); bueno, volviendo a la crónica de mi día y luego de tanta emoción, me dispuse a embarcar el bus que me deja a una cuadra de mi casa, casi a las 5 de la tarde y además con mi laptop en el bolso. (Sí, últimamente me ha tocado desbloquear el nivel de HARDCORE movilizándome en transporte público, con mis aparatos más preciados) pero esos momentos, los venía en cierta manera disfrutando, hasta hoy.

Venía recapitulando los acontecimientos del día, cuando en una de las mil paradas que hace el colectivo, se montaron dos hombres que no diré que tenían mal aspecto, pero que tenían ese aire que no te inspira confianza. Yo, en un puesto nada estratégico del bus, no tenía un plan B en caso de que algo pudiese pasar, más que jugar con el billete de dos bolívares y las dos monedas de 0,50bsF que tenía en la mano, destinados al pago del pasaje. Uno de los hombres se quedó adelante y el otro se presentó mientras caminaba hacia la parte de atrás, donde habían dos personas paradas por la falta de puesto. El discurso empezó más o menos así: “Buenas tardes señores, le venimos a dar unas palabras, Dios es misericordioso con todos y todo lo que uno da, un día nos lo es devuelto, en este bus sabemos que se encuentran padres de familia, chamos que le echan pichón y que todos ganan un salario pa comprarse sus teléfonos, sus joyas y pa pagar sus deudas”. A estas alturas ya yo empezaba a prepararme psicológicamente y bueno, a intentar asentar con la cabeza para sustituir mi nerviosismo, con una señal de apoyo a lo que el hombre predicaba, con el fin de “empatizar” para evitar pasar por situaciones extras.

Luego de estar repitiendo prácticamente lo mismo unos 2 minutos y ya devolviéndose a la parte delantera del autobús, donde me encontraba yo, agregó: “Nosotros nos dejamos el malandreo y no estamos aquí para llevarnos su Bold2, Tourch, Pearl, sus joyas o sus cosas de valor, estamos aquí para pedirles una colaboración, hoy por mi, mañana por ti, ¿verdad catira?” cuando levanté la mirada, pude confirmar que me estaba hablando a mi, asentí con la cabeza y me dispuse a darle mi pasaje a modo de que creyera que su discurso había logrado persuadirme, luego de esto, unas 4 personas más le dieron dinero y éstos prácticamente, se lanzaron del autobús. El silencio incómodo que hubo en el bus, no lo puedo explicar y mis sentimientos tampoco. A pesar de que realmente no nos habían robado, yo me sentía de esa manera, sentía que me habían robado mi seguridad, mi paz. Estaba incómoda y sobretodo, desconfiada y decepcionada.

Esto no impedirá que siga agarrando bus, lo único que hará será aumentar mis ganas de explorar nuevas culturas y mi tristeza al ver como todo se va a la mierda.

Y así fue, como terminó mi diferente martes trece.

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